I.
La luz opaca llama las miradas
Atónitas, se esclavizan ante un zumbido de esperanza
Parecen atrapadas en trabalenguas, crucigramas, en puzles.
Observan por la rejilla
La luz opaca llama las miradas
Hay en la oscuridad lo imposible
Pero prefieren la luz…
Esa lejana luz que las llama, que las hipnotiza.
¡La aclaman!
A la luz grisácea,
la aman como niño a los juegos y guerras
como nómade al fuego y la libertad
como egonauta al internet y la urbanidad.
Imaginan un mundo tras la tenue luz,
Un espacio de imágenes, colores y degradé
Un deleite supremo para las miradas
Un mar de ojos atentos y gentiles, sin arrugas… con vista al paraíso.
Todo porque el ojo no oye lo que el oído no ve.
La luz nubla la mente, encandila.
Proyección de futuros irreales, sin miedos, sin hombres, sin blanco ni negro, con puros colores y formas que brotan de la nada como las plantas del actual hoy de hoy.
Todo se perturba por un gruñido de fotones
Las miradas se espantan,
Dan sus espaldas a la luz.
Algo aparece en la oscuridad.
Algo ciego insinúa una mirada.
Dice algo que no entienden con la vista.
Cierran, palpitan y estremecen los ojos.
Algunos están rojos por los porros.
Pero no pueden hacer más la vista gorda.
La oscuridad los llama,
La luz se olvida.
La masa negra llama las miradas, se miran entre sí
Y no ven nada.
Alguien pone una tabla en la rejilla,
El mundo se hace irreconocible entre ojos que no ven y tiemblan.
Ahora se acompañan de algo
indefinido, sin colores, con forma…
La luz se olvida.
Así es la bestia que rompe los sueños
El antiparaíso aparece como un rayo negro
La luz se olvida.
Ordena que dejemos atrás la fantasía,
que seamos ciegos como siempre,
que estemos solos como siempre
que estemos como siempre
que veamos lo de siempre
que no toquemos lo imposible
que no toquemos nada
que veamos la oscuridad
que veamos miradas que no ven,
sin siquiera mirarlas
Que olvidemos la reminiscencia
Que quememos las cartas que no vemos
Que nos saquemos los ojos…
¡Sin ojos no lloraremos más!
El antiparaíso aparece como un grito invisible
Deja todo en pedazos,
Con los miedos abiertos
Como luz oscura que obliga a las miradas,
Miradas que vieron más de lo visible,
Que hicieron gris el cielo
Esas que fueron cautivadas por el futuro,
Que alguna vez, lloraron por el subsuelo
Que vieron el mundo en un pilar lejano…
Miradas que ahora,
cautivas en una jaula sin colores;
olvidaron la luz,
sus nombres,
sus Rezos.
II.
Recuerdo cuando vi el brillo
No recuerdo exactamente…
Pero recuerdo que lo vi…
No se como era el brillo
Pero recuerdo que lo vi…
Fue hace vidas atrás,
Quizás, incluso años,
El tiempo es difuso y frágil,
Aquí…
Que todo lo controla la bestia.
El brillo está en algún lugar,
Lo sé,
Pero soy muy perezoso como para buscarlo
Lo vi,
Pero no recuerdo lo que era.
Debió haber sido como…
Una oscuridad con matices,
Con escalas de grises agudos,
Con formas únicas
Debió haber sido así,
Algo palpable y único
Algo que no olvido a pesar de haberlo olvidado.
Todo está en algún lugar,
Pero no veo donde,
Un enigma más dentro de los enigmas de la cloaca.
Ni los terremotos,
Ni derrumbes,
Ni nada nos sacará de aquí.
El subsuelo obliga.
La bestia obliga.
Nuestro patético sentido de supervivencia obliga.
Pero no recuerdo lo que era.
Algo me llamaba,
Estoy seguro
Soy sumiso a los llamados,
Soy el esclavo de los llamados,
Pero soy de la bestia.
Algo en otra dirección llamaba.
Algo que desvelaba mis ojos abiertos por el café,
Algo que recuerdo que vi,
Pero no recuerdo qué es ver…
Eso que nuestra religión de espanto llama el brillo.
Eso que vi pero no vi.
Eso que me sacudió en otra vida que era esta,
Que me dejó marchito,
Que me marcó por siempre con sed.
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