Se escucha:
embala el destino y ponlo a rodar.
La escisión del
hogar se da por medio de cajas. Cajas con cosas, cajas con basura, cajas vacías,
cajas con cajas. Todo predispuesto a correr por la ciudad despertando. Se
moviliza un mundo que acapara un trozo de la referencia geográfica en la que se
somete. Esas cajas, esas cosas, existen. Su devenir no es sólo apariencia
constructiva, su existencia es real, sus relaciones son las que les dan
sentido. Por sí solas no valen nada, quizás, bien posible es que ni siquiera
logren posicionarse como apariencias. Pero más que símbolos, allí están, como
partículas de vidas tanteando un nicho.
Entonces: embala
el destino y ponlo a rodar.
La referencia
circulante pasea por la ciudad, nos pasea, la paseamos. Se mueve por medios
materiales y sus contenidos son, a su vez, elementos materiales. Ya no vale la
pena distinguir entre sustancia y forma: son ambas materiales, eso es todo.
Todas se constituyen de aquello que las yergue. El sentido se da en las
asociaciones en esta cadena referencial: el sentido es uno y múltiple; se dispersa
frente a nuestras narices.
Embalado el
rodamiento, se encaja, huye rotando en un destino adaptado al
movimiento.
Se llega. Las
materias buscan sus sitios. Huyen de sus cajas, tantean sus espacios y gritan
de felicidad.